domingo, 28 de junio de 2009

dos mil nueve

Qué bueno haberme dado cuenta
de que es bueno, además de trágico,
haber transcurrido entero todo mi
séptimo grado tratando de describir
en párrafos el sudor en la palma
de mis manos en vez de fijarme
cómo iba a hacer para dirigirle la palabra
a quien de mí sólo escuchó balbuceos,
y sin saberlo siquiera hoy,
fue el destinatario de los párrafos
más vergonzosamente porno que
la historia de la humanidad haya leído
de la mano de una tímida niña de doce años.

Y qué suerte el analista
al que iba por teminar aceptando
resignado que no iba a ser nunca
su turno para hablar, yo sólo
necesitaba alguien, ahí
sentado con cara de escuchar
el vómito de palabras
de cuarenta minutos que validaba
la infinitamente poca o infinitamente
extensa
cantidad de vida
que entra en una semana.
esperándolo más tarde,
un caballo me miró fijo
en el medio de la noche
y del rocío y del verano
y del pasto y de la plaza
mientras raspaba la tierra con un
violentísimo chorro de pis,
justo antes de irse.

él no me lo creyó nunca.

que suerte tengo
yo, que no me pienso a dejar
salir en fotos.
ana y yo viajamos juntas
cuando llegamos a algún lugar
lo primero que hacemos es
pis entre arbustos

siempre.
ni siquiera es a propósito.

nos pasa,
nada más, nos dimos cuenta
frente a un supermercado, escondiéndonos
del viento frío y de las luces
de los autos que pasaban,
inmiscuyéndose.

ana ebria
en bolas en una orilla
a las dos y media de la tarde.
ella se mete a mear al mar
grita, que delicia! y me hace señas
para que vaya pero yo no puedo,
nunca pude
hacer pis en el mar,

entro igual
pero nunca pude
y no puedo
así que me voy

corriendo derrotada al hostel
en el que nos apoyamos
por la sombra que da a la tarde

entro empapada cabizbaja decidida
indescriptiblemente feliz
a un lugar lleno de gente que almuerza
arjona y mozos con desordorantes importados.

pero en vez de buscar el baño
agarro un fajo de servilletas
y me siento en este banquito
semidesnuda y chorreando
litros de mar
a escribir
el día
en el que dejé terapia decidí,
si algo no quiero es vivir
mi vida como belén,
comprarme un axe y todas las mañanas
ponérmelo en la bufanda antes de salir,
masturbarme en los recreos, contárselo a todo el mundo.

en mi cuerpo nuevo
yo nunca le creí
pero mirá si hasta era cierto.
pobre belén, o pobre
yo.

pobre yo.
me pregunto si habrá sido feliz,
pero hace cinco años que no le hablo.