lunes, 10 de agosto de 2009

-igual a ella le gustó sabés.
-ah.
-a ella le gustó y no lo entiende.
-ah.
-a ella le gustaste, demasiado, y no lo entiende.
Me lo dijo ayer estábamos tirados en la cama y no había funcionado, en esa la vez al fin despés de tantas veces de humos entrecortándose.
-
-y ella y tu nombre y las lecturas lacanianas más obvias, y dos horas incómodas donde los amigos que tanto nos costó volver a ser piensan mirando las paredes que perderse fue una pérdida total y ya no un canje, desesperando en silencio ante la vuelta hipotética e inminente de ella sus celos mi cara de ninfómano aun, mi voz al atender el teléfono mi olor y el olor de ella, su cara que ya no me acordaba su forma extraña y rebuscada de chuparme la pija. Todas estas otras no se enteran. Y su cara se diluye como ya se diluyó antes, y reubico en la textura de su voz lo forzado que le sale estar diciendo mientras mueve las vueltas de su pelo que se peina solo, que los aritos que alguien dejó en mi mesa de luz le parecen insulsos y quitititos.

Y yo nunca la extraño.

Yo como personaje soy una balsa que va y nunca piensa, y que nada extraña nunca porque en cada puerto levanta tripulantes de a cinco y todas bajan cuando ya subieron más, todas nos creemos especiales.
Ella no es especial porque fue tantas, pero es ella la que me construye.
Yo lo sé y así, tratamos de no darnos más motivos.